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domingo, marzo 08, 2009

LABIOS

Encima de ella, desnudos los dos en la cama y tapados por el poco de frío que hacía con una ligera manta, Rubén la miraba a los ojos mientras ella le hablaba.
“Lo que más me gusta es morderte los labios. Cuando estoy sola, pensando en ti, lo que me imagino es que te muerdo los labios como lo hago ahora.” Y le mordió, otra vez, los labios.
Encima de ella, desnudos los dos pero él aún con las gafas (no del todo desnudo por tanto, con un rasgo aún de pudor o de distancia, de no querer llegar al final), Rubén miraba sus ojos ahora y oía su voz de ahora y no le recordaba a la que un día fue.
Los dientes de ella tiraban un poquito hacia abajo de los labios de él. Con un poco de fuerza. La suficiente. Él, dócil al fin, quieto al fin, se dejaba hacer, se dejaba morder, devorar el labio inferior, ese mismo del que un día otra mujer más querida y no desnudada dijo que era tan atractivo.
“Tengo que irme” quería irse para siempre, irse y no volver. Aquello le parecía una locura. El marido volvería en poco tiempo. Cualquier día tendrían un disgusto. Se sentía, como siempre, mal por la existencia del marido. No celoso, sino traidor y poco hombre, infame y malvado.
Se vestía pensando en los dientes que tiraban de sus labios hacia abajo. Pensando en la soledad de aquellos dientes mientras él no estuviera. En lo solos que deberían estar porque no debería volver. En lo solos que estarían a partir del día que no volviera.
En la puerta. Antes de abrir y mirar a ambos lados si había o no alguien cerca que pudiera delatar el comportamiento de los dos se besaron. Ella le mordió los labios. Él se abandono a su deseo, a su mordedura. Sería la última. No volvería. Como decía siempre.

Muerdo tus labios, me gusta

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