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sábado, marzo 21, 2009

BREVE HISTORIA DEL CORAZÓN, cuatro

La idea de no ir a casa le pareció mejor. Se paró en una cafetería a hacer tiempo. Levaba un bolso con la ropa de trabajo. Quería fumar pero no se lo permitió. Había que dejarlo y la única forma de hacerlo era haciéndolo. Miró a su alrededor. Nada interesante. Se puso a pensar. Hizo tiempo. Mucho tiempo.
En casa la compañera de piso lloraba a ratos y a ratos no. Quería odiarle pero aún no podía. El corazón no se lo permitía. No le permitía odiar. No odiaba a nadie. O a casi nadie. O eso creía. Cada vez que pensaba eso se preguntaba también si ya que no era capaz de odiar tampoco sería capaz de amar.
Recordaba, o creía recordar, haber amado a varios hombres. Hombres con los que había llegado a cosas y hombres a los que no pudo nunca acceder. Hombres que la habían amado, o eso parecía, y hombres que sólo la había utilizado o conquistado como se conquista una plaza fuerte, a sangre y fuego.
Pero no estaba segura de si eso era amar. De si era o no capaz de amar. Su corazón latía. La mano en su pecho se lo decía. Pero no sabía si latía cómo debía. Había sentido muchas veces un vuelco cuando se encontraba con un hombre amado. Y respiración agitada. Y sudor de manos. Y buscar palabras y argumentos y situaciones válidas para conseguir a ese hombre.
No sabía a ciencia cierta si eso era amor o no. Pero al menos tenía un corazón que sabía latir a distintos ritmos. Su capacidad de llanto menguó. Ya no estaba triste. O no tan triste. Pasaría todo. Tardaría mucho tiempo aún. Pero pasaría. Una sonrisa se dibujó en su cara al fin.
Notó la alegría en el corazón. Su padre le hubiera dicho que el corazón es sólo una representación, que el corazón no siente alegría ni pena ni nada, que los sentimientos son más complejos y están generados en la psique por fenómenos internos o externos. Pero su padre era un profesor aficionado a la psicología
Llamó a su compañera de piso. Le dijo que iría a buscarla al bar, que quería tomarse algo, ver la calle, arreglarse un poco. Un poco cansada la compañera le dijo que esperaría. Había encontrado una manera divertida de pasar el rato, mirar a la gente e imaginarles historias.
El camarero no imaginaba historias. Todas se las contaban a él. Sabía qué pasaba en cada casa. Nunca pensó que esa cosa que se decía de los camareros fuera cierta. Pero lo era. Le contaban su vida. Y él escuchaba, ávido de historias, todo lo que le contaban. Y al llegar a casa las iba apuntando, con letra de escolar hacendoso, en unos cuadernos de cuadros.


Dentro del bar

1 comentario:

Julio Vegas dijo...

Podría ser el Carambola, no?