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miércoles, marzo 18, 2009

BREVE HISTORIA DEL CORAZÓN

La primera vez que tuvo un corazón entre las manos tuvo la sensación de tener un sexo femenino entre las manos. Esa viscosidad, esa sensación de palpitación. También tuvo la sensación de tener una manzana. El color rosáceo. El tamaño similar. La sensación de que podría comérselo a mordiscos.
Había tenido ya muchos entre las manos. Los cogía un momento, los introducía en la solución líquida y después los guardaba. Los reinstalaba después en otros cuerpos, en otras arterias. Cuando los veía volver a latir una mezcla de excitación y felicidad le corría por las piernas.
Los días de trasplante siempre acababa por llamarla. Le contaba los detalles, mínimos pequeños, he cambiado de bisturí, era un corazón pequeño. He tenido que dar menos puntadas. Ha tardado tanto en volver a latir que he estado a punto de ponerme a llorar. Era una mujer tan hermosa.
Entendía perfectamente los resortes de cada latido. De su corazón y de cualquier otro. Le ponía la mano en el pecho, a veces era sólo una excusa, y le contaba lo que iba pasando dentro. O le dibujaba la anatomía perfecta de su corazón. Le decía para lo que servía todo. Cada parte.
¿Con qué parte nos enamoramos? El amor está en el cerebro. Y la besaba la frente. Siempre le hacía esa pregunta y él siempre contestaba lo mismo. Era como un juego. Le preguntaba si la quería, pero sin preguntárselo.
No la quería. Su corazón no latía más deprisa por ella. Sólo encima de ella o debajo de ella. No por ella. Tal vez otras partes fueran más propicias a sus ojos, sus pechos, sus caricias. No su corazón, su cerebro, la parte química del cerebro, la que le decía a quién amar, qué sentir.
La mujer y su nuevo corazón respiraban profundamente. El aire tenía un sabor fascinante. Era aire de hospital. Pronto sería de exterior. Desde hacía unos días sabía que ya no quería a ese hombre que durante tiempo había estado junto a su cama. Sabía que antes sí. Pero ya no. Su corazón ya no le pertenecía.


Entre los pulmones, el corazón

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