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sábado, octubre 17, 2009

SIN GRITOS

Rubén parece estar siempre de mal humor. En realidad es su cara normal, su actitud normal, pero parece que está enfadado. Por eso, tal vez, sus bromas, sus ironías tienen más gracia. Y por eso al principio no parecen bromas, parecen verdades.
Pero Rubén y Laura nunca discuten. No pelean. No lo han hecho casi nunca. Sucede que ella se enfada con él a veces. Y que él lo hace con ella. Y tal vez alguna vez ella ha dejado de hablarle. Y con eso a Rubén no le gusta, no le gusta que Laura no le hable, le pide que siempre que se enfade con él se lo diga clara y directamente.
Rubén no se enfada cuando Laura le dice esas verdades o esas cosas que ella necesita decirle, simplemente trata de arreglar las cosas o de disimular. Al principio a Laura no le gustaba que Rubén no discutiera, que no se pudiera discutir con él, que evitara cualquier tipo de confrontación. Pero con el tiempo fue acostumbrándose a no hacerlo y a decirle claramente las cosas. Estaba muy acostumbrada al sistema.
Ana no entiende bien que nunca discutan, que no peleen. Entiende que si no hay enfado, que si no hay confrontación se guardan muchas cosas y la relación no es igual de sana o de verdadera. Pero Laura no lo cree así.
Ahora Ana piensa que si discutieran, si lo hubieran hecho antes o lo tuvieran por costumbre, tal vez todo iría mejor, o iría y no habría esos problemas que no terminan de salir, que Ana intuye o sabe y que ve que no salen, que no se dicen, que no existirán hasta que se digan.
Laura está contenta estos días. Trabaja con alegría. Sale a tomar el café, a veces sin Ana. Pasea por las tardes. Está más guapa, casi más alta. Rubén está rumiando las palabras que no se atreve a volver a pensar. En la comida hablan distraídos de lo de siempre.


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