Rubén, vuelto de su ensimismamiento, mira a su alrededor y busca a Laura. A veces se queda mirando el cuadro del salón y se pierde. Piensa y un pensamiento le lleva a otro. Se encadenan en él las historias, las fantasías, los recuerdos. Puede estar así mucho rato. Luego vuelve a la realidad, pero todavía con una sensación de que lo vivido allí era real.
De joven tenía un cuadro igual en casa de sus padres, un cuadro que se quedaba mirando sin motivo y en el que se concentraba estúpidamente. En ese cuadro estaban todos sus recuerdos, sus fantasías de ser jugador de fútbol o entrenador, sus amores. El sexo. En ese cuadro soñaba estar y bajo los árboles que lo llenaban, poseer a una mujer.
Laura no está, parece que ha salido. Una vez más piensa Rubén. Desde que está relajado, desde que sabe que volverán a ser lo que eran, a formar otra vez una pareja, desde que sabe que volverán a quererse, busca más a Laura. Trata de estudiarla.
Pero es difícil, porque Laura y él no coinciden mucho. Ambos trabajan toda la mañana. Y por la tarde, él sale a correr, corrige, trabaja en el despacho. Ella ¿qué hace ella? Rubén lo piensa y recuerda que hace años tomaba clases de cocina. Pero las dejó. Por eso él sigue cocinando.
También intentó la pintura. Y hay algunos cuadros que prueban que si hubiera sido más constante, no lo habría hecho mal. Pero lo dejó también. ¿Qué hará ahora? Rubén no lo recuerda. Presume de buena memoria, pero debe haber estado muy encerrado en su despacho, en su mundo para no acordarse de algo así.
Lo importante, se dice, es que no está y que necesito que esté para saber cómo es, qué hace, cuáles son, ahora, sus vicios, sus manías, sus costumbres, si sigue mirando más arriba de los ojos, si sigue tocándose el pelo o si ha empezado a morderse las uñas.
Pasea Rubén por la habitación buscando una respuesta. Un modo de estar cerca de Laura sin que ella trate de alejarse o sin que note algo extraño en el comportamiento de él. Observarla mientras duerme, se dice a sí mismo sonriendo, no vale, eso ya lo hago y me sirve para aprenderme los ritmos de su respiración, sus arrugas, sus ojos cerrados. Necesito más. Que me hable, si no me habla no puede volver a quererme.
Y así pasa Rubén toda la tarde buscando como conseguir que su mujer vuelva a hablarle como le hablaba antes. Y no encuentra, aún, la respuesta.
De joven tenía un cuadro igual en casa de sus padres, un cuadro que se quedaba mirando sin motivo y en el que se concentraba estúpidamente. En ese cuadro estaban todos sus recuerdos, sus fantasías de ser jugador de fútbol o entrenador, sus amores. El sexo. En ese cuadro soñaba estar y bajo los árboles que lo llenaban, poseer a una mujer.
Laura no está, parece que ha salido. Una vez más piensa Rubén. Desde que está relajado, desde que sabe que volverán a ser lo que eran, a formar otra vez una pareja, desde que sabe que volverán a quererse, busca más a Laura. Trata de estudiarla.
Pero es difícil, porque Laura y él no coinciden mucho. Ambos trabajan toda la mañana. Y por la tarde, él sale a correr, corrige, trabaja en el despacho. Ella ¿qué hace ella? Rubén lo piensa y recuerda que hace años tomaba clases de cocina. Pero las dejó. Por eso él sigue cocinando.
También intentó la pintura. Y hay algunos cuadros que prueban que si hubiera sido más constante, no lo habría hecho mal. Pero lo dejó también. ¿Qué hará ahora? Rubén no lo recuerda. Presume de buena memoria, pero debe haber estado muy encerrado en su despacho, en su mundo para no acordarse de algo así.
Lo importante, se dice, es que no está y que necesito que esté para saber cómo es, qué hace, cuáles son, ahora, sus vicios, sus manías, sus costumbres, si sigue mirando más arriba de los ojos, si sigue tocándose el pelo o si ha empezado a morderse las uñas.
Pasea Rubén por la habitación buscando una respuesta. Un modo de estar cerca de Laura sin que ella trate de alejarse o sin que note algo extraño en el comportamiento de él. Observarla mientras duerme, se dice a sí mismo sonriendo, no vale, eso ya lo hago y me sirve para aprenderme los ritmos de su respiración, sus arrugas, sus ojos cerrados. Necesito más. Que me hable, si no me habla no puede volver a quererme.
Y así pasa Rubén toda la tarde buscando como conseguir que su mujer vuelva a hablarle como le hablaba antes. Y no encuentra, aún, la respuesta.
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