En la habitación reina la luz. El sol entra por la ventana y dibuja sombras precisas y alargadas en la pared. Se distinguen los árboles de fuera y todo aquello que ilumina el sol a su paso. Es la pared un expositor. La sombra del galán es un hombre nuevo en la pared. Hay una sonoridad alegre que viene de la calle.
Los dos cuerpos en la cama, un encima del otro, quietos, reposando de lo sucedido, tienen un imagen húmeda, de sudor, de brillo y alegría en la piel. Están los dos en silencio. Parece que no tienen ahora nada que decir. Se miran, el pelo despeinado, la verdad más absoluta en los rostros. Se ríen. Se sonríen.
Laura le dice a Luis que lo hará pronto, que no pueden seguir así, con ese aire de furtivos con el anillo saliendo y entrando de su dedo a cada rato, como si fuera y no fuera la mujer de Rubén, como si dejara de serlo por un rato para estar con él y luego volviera a su vida de siempre. Que ella tiene que estar con Luis, tiene que estar allí, en aquella habitación, que hay que darle a esa habitación un tono más humano.
La habitación es una cama grande, una mesilla, un armario con enormes espejos, un sillón pegado a la pared, un galán de noche que guarda el traje de Luis, que es el otro Luis. Destaca más por lo que falta que por lo que tiene. Ningún rasgo personal. Es como el dormitorio de una tienda de muebles. Sin fotos. Sin libros. Sin cuadros. Sin adornos. Sin nada propio. Pura zona de uso.
Los cajones, los estantes del armario, pulcramente ordenados, contrastan con la ropa que ahora está tirada por cualquier lado sin ningún orden, la de una y la de otro. Mezcladas. El precinto de un preservativo también en el suelo.
Luis dice que la entiende que no se tome el tiempo necesario, el que crea apropiado, es difícil, es muy difícil hacer aquello, dejar a tu marido por otro hombre. Venir aquí conmigo y dejarle a él solo, a él que tanto te quiere y te ha querido. No has de tener prisa. No has de precipitarte. Hazlo a tu ritmo. Yo estaré aquí esperando. Yo no tengo prisa. Mi habitación no tiene prisa. Está bien así.
Y Laura le besa tierna. Luis entiende lo que ella dice, lo que precisa. Va a repetir el acto de amor por Luis.
Los dos cuerpos en la cama, un encima del otro, quietos, reposando de lo sucedido, tienen un imagen húmeda, de sudor, de brillo y alegría en la piel. Están los dos en silencio. Parece que no tienen ahora nada que decir. Se miran, el pelo despeinado, la verdad más absoluta en los rostros. Se ríen. Se sonríen.
Laura le dice a Luis que lo hará pronto, que no pueden seguir así, con ese aire de furtivos con el anillo saliendo y entrando de su dedo a cada rato, como si fuera y no fuera la mujer de Rubén, como si dejara de serlo por un rato para estar con él y luego volviera a su vida de siempre. Que ella tiene que estar con Luis, tiene que estar allí, en aquella habitación, que hay que darle a esa habitación un tono más humano.
La habitación es una cama grande, una mesilla, un armario con enormes espejos, un sillón pegado a la pared, un galán de noche que guarda el traje de Luis, que es el otro Luis. Destaca más por lo que falta que por lo que tiene. Ningún rasgo personal. Es como el dormitorio de una tienda de muebles. Sin fotos. Sin libros. Sin cuadros. Sin adornos. Sin nada propio. Pura zona de uso.
Los cajones, los estantes del armario, pulcramente ordenados, contrastan con la ropa que ahora está tirada por cualquier lado sin ningún orden, la de una y la de otro. Mezcladas. El precinto de un preservativo también en el suelo.
Luis dice que la entiende que no se tome el tiempo necesario, el que crea apropiado, es difícil, es muy difícil hacer aquello, dejar a tu marido por otro hombre. Venir aquí conmigo y dejarle a él solo, a él que tanto te quiere y te ha querido. No has de tener prisa. No has de precipitarte. Hazlo a tu ritmo. Yo estaré aquí esperando. Yo no tengo prisa. Mi habitación no tiene prisa. Está bien así.
Y Laura le besa tierna. Luis entiende lo que ella dice, lo que precisa. Va a repetir el acto de amor por Luis.
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