Felipe, cuando está de mal humor tiene sus ritos, como todos por otra parte. Yo, cuando estoy de mal humor, me pongo determinada película. O cierta canción. O, sobre todo, cojo el coche y me pongo a conducir y conducir y conducir hasta que ya no me acuerdo de por qué estoy de mal humor.
Pues el ritual de Felipe cuando está de mal humor tiene que ver con su estómago. El otro día se enfadó porque una chica llevaba sin llamarle dos semanas. Y no quería llamarla él. Y tenía ciertas necesidades que sin ella no podía solventar. O no tan bien como con ella.
Entonces hizo lo que hace siempre. Se fue a una famosa hamburguesería y pidió un menú infantil, un Happy no sé qué. Pero le dijeron que por orden del gobierno de nuestra ciudad, y de nuestro glorioso y nunca bien ponderado estado, habían prohibido ese menú infantil. Si quería podía comer una hamburguesa. Pero él quería su menú infantil con su postre y su juguete, así que no se lo comió y se fue, más enfadado todavía, a ver si con su otro remedio se le pasaba.
Pero en el supermercado buscando el huevo que es a la vez una sorpresa, un juego y chocolate, le dijeron que tampoco, que ese mismo gobierno, ese amantísimo gobierno que tanto se preocupa por nosotros y nuestra jodida salud ha prohibido también el huevo dichoso.
Así que Felipe no tuvo más remedio que llorar (su otra solución es montar una revolución y derrocar el gobierno y eran ya las 8, una hora muy tardía para montar una revolución). De rodillas en el suelo se le podía oír gritar: “maniáticos, lo habéis destruido, yo os maldigo a todos…”
Pues el ritual de Felipe cuando está de mal humor tiene que ver con su estómago. El otro día se enfadó porque una chica llevaba sin llamarle dos semanas. Y no quería llamarla él. Y tenía ciertas necesidades que sin ella no podía solventar. O no tan bien como con ella.
Entonces hizo lo que hace siempre. Se fue a una famosa hamburguesería y pidió un menú infantil, un Happy no sé qué. Pero le dijeron que por orden del gobierno de nuestra ciudad, y de nuestro glorioso y nunca bien ponderado estado, habían prohibido ese menú infantil. Si quería podía comer una hamburguesa. Pero él quería su menú infantil con su postre y su juguete, así que no se lo comió y se fue, más enfadado todavía, a ver si con su otro remedio se le pasaba.
Pero en el supermercado buscando el huevo que es a la vez una sorpresa, un juego y chocolate, le dijeron que tampoco, que ese mismo gobierno, ese amantísimo gobierno que tanto se preocupa por nosotros y nuestra jodida salud ha prohibido también el huevo dichoso.
Así que Felipe no tuvo más remedio que llorar (su otra solución es montar una revolución y derrocar el gobierno y eran ya las 8, una hora muy tardía para montar una revolución). De rodillas en el suelo se le podía oír gritar: “maniáticos, lo habéis destruido, yo os maldigo a todos…”
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