Para Rubén no es un propósito, es una realidad. Laura le amará de nuevo. Al llegar a esta conclusión, esta mañana ante el espejo del baño, el cepillo de dientes moviéndose rítmicamente por encima de sus dientes, se ha dado cuenta de que ha asumido otra idea para llegar a esta. Laura no le quiere.
No le ha sorprendido la idea, pero le ha dolido. Porque ya no le quiere. Y porque él lo ha aceptado de una manera natural, automática. No se ha sorprendido. No se dolido por ello. Pensaba que cuando esto ocurriera él se daría cuenta y le dolería. Y que sería absolutamente evidente.
Además están los errores. Aquellos que han llevado a este momento. ¿Por qué ella ya no le quiere? Y la respuesta ha sido que la culpa es suya. De Rubén. Que él mismo se ha hecho poco amable. Que ha sido un hombre al que ya no era difícil amar, sino incluso acompañar. Demasiado pensamiento. Demasiada introspección. Demasiado tiempo dedicado a sus actividades propias, a pensar en el despacho, a construir teorías. A dejar de mirar a Laura. De acompañarla, de saber qué es de ella, de compartir cosas con ella.
Por supuesto, piensa, ella también habrá puesto de su parte. Se habrá ido alejando de mí, aunque haya sido por defensa o aburrimiento. Me habrá ido dejando con mis cosas, mis rarezas, a un lado, sin que la moleste, sin molestarme. Y habrá construido otra vida aparte, fuera de mí, sin mí.
¿Cómo será esa vida? Rubén ve que ya no conoce a Laura. Que ha de volver a mirarla, a pensarla, a descubrirla. Ha sonreído en el espejo ante el trabajo que le queda. Le gusta ese trabajo. Le gusta la idea de tener que descubrir cómo es la mujer que duerme a su lado, que come junto a él, la mujer cuyo cuerpo conoce o recuerda, o al menos eso cree.
Todo será nuevo otra vez. Y eso ha puesto a Rubén de muy buen humor. Ha de volver a construirla. A construirse él también. Tiene que hacer que nuevamente se enamore de él, con l complicación de que ahora ya le conoce, sabe sus defectos y no puede ocultarlos.
Aún así sabe que ella le amará de nuevo. Que ya no le quiere pero que le querrá. Se ha ido silbando al trabajo.
No le ha sorprendido la idea, pero le ha dolido. Porque ya no le quiere. Y porque él lo ha aceptado de una manera natural, automática. No se ha sorprendido. No se dolido por ello. Pensaba que cuando esto ocurriera él se daría cuenta y le dolería. Y que sería absolutamente evidente.
Además están los errores. Aquellos que han llevado a este momento. ¿Por qué ella ya no le quiere? Y la respuesta ha sido que la culpa es suya. De Rubén. Que él mismo se ha hecho poco amable. Que ha sido un hombre al que ya no era difícil amar, sino incluso acompañar. Demasiado pensamiento. Demasiada introspección. Demasiado tiempo dedicado a sus actividades propias, a pensar en el despacho, a construir teorías. A dejar de mirar a Laura. De acompañarla, de saber qué es de ella, de compartir cosas con ella.
Por supuesto, piensa, ella también habrá puesto de su parte. Se habrá ido alejando de mí, aunque haya sido por defensa o aburrimiento. Me habrá ido dejando con mis cosas, mis rarezas, a un lado, sin que la moleste, sin molestarme. Y habrá construido otra vida aparte, fuera de mí, sin mí.
¿Cómo será esa vida? Rubén ve que ya no conoce a Laura. Que ha de volver a mirarla, a pensarla, a descubrirla. Ha sonreído en el espejo ante el trabajo que le queda. Le gusta ese trabajo. Le gusta la idea de tener que descubrir cómo es la mujer que duerme a su lado, que come junto a él, la mujer cuyo cuerpo conoce o recuerda, o al menos eso cree.
Todo será nuevo otra vez. Y eso ha puesto a Rubén de muy buen humor. Ha de volver a construirla. A construirse él también. Tiene que hacer que nuevamente se enamore de él, con l complicación de que ahora ya le conoce, sabe sus defectos y no puede ocultarlos.
Aún así sabe que ella le amará de nuevo. Que ya no le quiere pero que le querrá. Se ha ido silbando al trabajo.
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