Ana conoce la situación. Sabe que aura se ha entregado a Luis. Y está enfadada. Con Laura. Con Luis por habérselo contado a Jaime. Con Jaime por habérselo dicho a ella. Con Rubén por no saberlo. Con todo. Si yo tuviera un hombre así en casa, piensa como ha pensado muchas veces. Pero no lo tiene. Y no sabe cómo es tener un hombre así en casa.
No sabe cómo Rubén se puede pasar horas mirando un detalle raro en el cuadro del salón. Con la tele puesta en cualquier canal, qué más da. Simplemente pensando. Centrado en ese detalle. No sabe que puedes pasar a su lado y hablarle incluso y que él seguirá concentrado.
Y no sabe que Rubén a veces no contesta. No habla. No por nada. Simplemente no tiene ganas de hablar. No pude o no quiere contar algo. La mitad de su vida está dentro de él y no la comparte con nadie.
Ana no sabe todo esto. Pero aún así le gusta Rubén. Y todo le parece mal. Le parece mal la mentira. Y le parece mal la difusión de la verdad. Y que todo el mundo lo sepa. Y que Rubén no. Porque Rubén podría, debería dejar a Laura. Y tal vez, tal vez.
Ana piensa en decirle a Rubén lo que pasa o en, al menos, ponerle sobre la pista de la situación. Piensa que Rubén es la víctima de todo esto. No culpa a Laura. No mucho. Si no que es la vida, que es así. Y si Laura ha dejado de quererle tal vez Ana pueda ocupar su hueco. Tal vez todo pueda salir bien.
Claro que Ana no piensa en Rubén. No piensa en si Rubén quiere o no a Laura, en si la dejara en el caso de que se entere de lo que está pasando. No piensa en por qué Rubén no sabe nada y no le preocupa nada.
No sabe que Rubén, fijado en sus ideas, en sus teorías, tiene una idea clara del futuro, de lo que sucederá sin más remedio, de que Laura habrá de quererle por siempre porque siempre se volverá a enamorar de él como la primera vez. Porque están en determinado modo condenados a repetir sus errores, que son el uno y el otro, errores.
Ana sueña. Odia a Laura. Quiere ocupar su puesto.
No sabe cómo Rubén se puede pasar horas mirando un detalle raro en el cuadro del salón. Con la tele puesta en cualquier canal, qué más da. Simplemente pensando. Centrado en ese detalle. No sabe que puedes pasar a su lado y hablarle incluso y que él seguirá concentrado.
Y no sabe que Rubén a veces no contesta. No habla. No por nada. Simplemente no tiene ganas de hablar. No pude o no quiere contar algo. La mitad de su vida está dentro de él y no la comparte con nadie.
Ana no sabe todo esto. Pero aún así le gusta Rubén. Y todo le parece mal. Le parece mal la mentira. Y le parece mal la difusión de la verdad. Y que todo el mundo lo sepa. Y que Rubén no. Porque Rubén podría, debería dejar a Laura. Y tal vez, tal vez.
Ana piensa en decirle a Rubén lo que pasa o en, al menos, ponerle sobre la pista de la situación. Piensa que Rubén es la víctima de todo esto. No culpa a Laura. No mucho. Si no que es la vida, que es así. Y si Laura ha dejado de quererle tal vez Ana pueda ocupar su hueco. Tal vez todo pueda salir bien.
Claro que Ana no piensa en Rubén. No piensa en si Rubén quiere o no a Laura, en si la dejara en el caso de que se entere de lo que está pasando. No piensa en por qué Rubén no sabe nada y no le preocupa nada.
No sabe que Rubén, fijado en sus ideas, en sus teorías, tiene una idea clara del futuro, de lo que sucederá sin más remedio, de que Laura habrá de quererle por siempre porque siempre se volverá a enamorar de él como la primera vez. Porque están en determinado modo condenados a repetir sus errores, que son el uno y el otro, errores.
Ana sueña. Odia a Laura. Quiere ocupar su puesto.
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