Todo ha empezado con una mano en el hueco poplíteo. La mano, de Luis, ha estado buscando en la pierna ese hueco. Y lo ha encontrado. Laura ha notado que Luis buscaba algo y cuando al fin ha notado esa mano en el hueco poplíteo se ha dejado hacer, ha decidido al fin abandonarse al deseo.
La mano de Luis en el hueco poplíteo es un recuerdo que Laura guarda ahora, que ya vuelve a casa tras lo sucedido. Hay en su piel ese brillo que deja el sudor y la felicidad. Su ropa está algo arrugada, pero no se nota. Está feliz. Lo que sabía se ha traducido en hechos, en realidades. Quiere a Luis. Y hacer el amor con él es la expresión de ese amor.
Dice, se dice a sí misma, esas palabras: hacer el amor. No quiere ponerle otras que le suenan sucias, que suenan a la parte fea y pegajosa del sexo. No porque no le guste esa parte del sexo, sino porque ella está viviendo una historia de amor, no una de pasión. Por eso no quiere hablar de sexo, de cuerpos que se buscan y se encienden, cuerpos calientes que se pegan y se rellenan y se usan con violencia. Ha sido un acto de amor.
Poco a poco recuerda todo lo sucedido. La mano de Luis primero bajo su rodilla. Subiendo por su muslo, bajando por la pantorrilla. El beso, largo. Luego los otros, los que no ha sido ese beso. La desnudez que ha tardado tanto porque estaban ocupados en otras cosas, en besarse más, en apartarse el pelo para encontrar zonas donde poner los labios.
Y en esa desnudez las manos de Luis buscando sus huecos, no sólo el poplíteo, el axilar, el supraesternal. La mano de Luis recorriendo su espalda, la depresión en torno a la columna, y pasando fuerte por su cuello y suave por sus mejillas. Y la mano de Luis posada en su cara y él encima.
Ha sido un acto de amor se repite. Y como tal es un acto gozoso y alegre. Y vivo. Y cierto. Y necesario. Laura no piensa en nada más que en ese acto de amor, en ese acto bello que ha realizado con Luis.
En casa, se ha duchado y ha seguido pensando en ese acto y en que Rubén está fuera y que no sabe qué decir, sólo que no es el momento de decirlo, porque no puede estropear ese acto de amor con otro que también será de amor. El último que hará por Rubén.
La mano de Luis en el hueco poplíteo es un recuerdo que Laura guarda ahora, que ya vuelve a casa tras lo sucedido. Hay en su piel ese brillo que deja el sudor y la felicidad. Su ropa está algo arrugada, pero no se nota. Está feliz. Lo que sabía se ha traducido en hechos, en realidades. Quiere a Luis. Y hacer el amor con él es la expresión de ese amor.
Dice, se dice a sí misma, esas palabras: hacer el amor. No quiere ponerle otras que le suenan sucias, que suenan a la parte fea y pegajosa del sexo. No porque no le guste esa parte del sexo, sino porque ella está viviendo una historia de amor, no una de pasión. Por eso no quiere hablar de sexo, de cuerpos que se buscan y se encienden, cuerpos calientes que se pegan y se rellenan y se usan con violencia. Ha sido un acto de amor.
Poco a poco recuerda todo lo sucedido. La mano de Luis primero bajo su rodilla. Subiendo por su muslo, bajando por la pantorrilla. El beso, largo. Luego los otros, los que no ha sido ese beso. La desnudez que ha tardado tanto porque estaban ocupados en otras cosas, en besarse más, en apartarse el pelo para encontrar zonas donde poner los labios.
Y en esa desnudez las manos de Luis buscando sus huecos, no sólo el poplíteo, el axilar, el supraesternal. La mano de Luis recorriendo su espalda, la depresión en torno a la columna, y pasando fuerte por su cuello y suave por sus mejillas. Y la mano de Luis posada en su cara y él encima.
Ha sido un acto de amor se repite. Y como tal es un acto gozoso y alegre. Y vivo. Y cierto. Y necesario. Laura no piensa en nada más que en ese acto de amor, en ese acto bello que ha realizado con Luis.
En casa, se ha duchado y ha seguido pensando en ese acto y en que Rubén está fuera y que no sabe qué decir, sólo que no es el momento de decirlo, porque no puede estropear ese acto de amor con otro que también será de amor. El último que hará por Rubén.
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