Todas las noches sueño que todo va bien. Tengo trabajo y ella me vuelve a querer. Todas las noches sueño que todo va bien. Vuelvo a recorrer los huecos de su cuerpo como cuando su cuerpo era tan mío como suyo, como cuando teníamos los cuerpos repartidos entre los dos.
Sueño con sus huecos porque nada me gustaba más que sus huecos, los huecos que había en sus frases y que yo me encargaba de rellenar o suponer, los huecos que había en sus ideas que se completaban con los trozos de las mías que eran siempre tan malas. Los huecos que dejaban en su piel las cosas que se iba quitando.
Sueño con sus frases y con sus pensamientos y con los huecos que iba dejando vacíos en el armario para que ella dejara sus cosas. Con el hueco vacío de sus pechos en el primer sujetador que dejó en mi armario. Recuerdo esa falta mucho más que otra. Porque un sujetador vacío es un hueco muy grande cuando está en un armario y no arrojado a un lado de la cama.
Y sueño, sin poder evitarlo pese a que quiero hacerlo, con los huecos preciosos de su cuerpo. Con la pequeña marca que se le hacía en la mejilla al reírse. No al sonreír. Al reír de verdad. Y ese hueco lo hacía yo haciéndola reírse. Era creado por mí. Y era pequeño pero era mío. Y cuando no era mío daba igual. Estaba ahí, se manifestaba y no sé si sólo yo lo veía, pero lo veía. Era como si su risa se vaciara por ahí y dejara esa marca en la piel. Como si algo sólido se fuese también en esa risa. Su risa carnal.
Y esos otros huecos que recorría con las manos y con la lengua y con otras partes, todas las posibles, de mi cuerpo. El hueco poplíteo. La entrada secreta a sus piernas. El centro mismo de su ser. Me encantaba tocarlo y acariciarlo. Y hacerle cosquillas. Entonces todos los huecos de su cuerpo se manifestaban como en una explosión de felicidad que tenía un recorrido de fuera a dentro, dejando pequeños huecos en su cuerpo, como si tuviera que volverse un poco hacia adentro para no explotar del todo.
El hueco poplíteo, y el hoyuelo en la mejilla y la escotadura supraesternal se le volvían más profundos con mis cosquillas.
La escotadura supraesternal, lo vi después en una película y no pude dejar de acordarme de ella durante días, arrancando su cuello y anunciando sus pechos, como un centro estratégico de distribución de su cuerpo, como si a través de él pasara toda su belleza de un extremo a otro.
Todas las noches sueño que todo va bien. Tengo trabajo y me vuelve a querer. Sueño con sus huecos (los dichos y los no dichos, su ombligo, la separación extraña que había en su espalda, por el camino de la columna). Luego despierto y sólo quiero volver a dormir. Porque todas las noches sueño que todo va bien.
Sueño con sus huecos porque nada me gustaba más que sus huecos, los huecos que había en sus frases y que yo me encargaba de rellenar o suponer, los huecos que había en sus ideas que se completaban con los trozos de las mías que eran siempre tan malas. Los huecos que dejaban en su piel las cosas que se iba quitando.
Sueño con sus frases y con sus pensamientos y con los huecos que iba dejando vacíos en el armario para que ella dejara sus cosas. Con el hueco vacío de sus pechos en el primer sujetador que dejó en mi armario. Recuerdo esa falta mucho más que otra. Porque un sujetador vacío es un hueco muy grande cuando está en un armario y no arrojado a un lado de la cama.
Y sueño, sin poder evitarlo pese a que quiero hacerlo, con los huecos preciosos de su cuerpo. Con la pequeña marca que se le hacía en la mejilla al reírse. No al sonreír. Al reír de verdad. Y ese hueco lo hacía yo haciéndola reírse. Era creado por mí. Y era pequeño pero era mío. Y cuando no era mío daba igual. Estaba ahí, se manifestaba y no sé si sólo yo lo veía, pero lo veía. Era como si su risa se vaciara por ahí y dejara esa marca en la piel. Como si algo sólido se fuese también en esa risa. Su risa carnal.
Y esos otros huecos que recorría con las manos y con la lengua y con otras partes, todas las posibles, de mi cuerpo. El hueco poplíteo. La entrada secreta a sus piernas. El centro mismo de su ser. Me encantaba tocarlo y acariciarlo. Y hacerle cosquillas. Entonces todos los huecos de su cuerpo se manifestaban como en una explosión de felicidad que tenía un recorrido de fuera a dentro, dejando pequeños huecos en su cuerpo, como si tuviera que volverse un poco hacia adentro para no explotar del todo.
El hueco poplíteo, y el hoyuelo en la mejilla y la escotadura supraesternal se le volvían más profundos con mis cosquillas.
La escotadura supraesternal, lo vi después en una película y no pude dejar de acordarme de ella durante días, arrancando su cuello y anunciando sus pechos, como un centro estratégico de distribución de su cuerpo, como si a través de él pasara toda su belleza de un extremo a otro.
Todas las noches sueño que todo va bien. Tengo trabajo y me vuelve a querer. Sueño con sus huecos (los dichos y los no dichos, su ombligo, la separación extraña que había en su espalda, por el camino de la columna). Luego despierto y sólo quiero volver a dormir. Porque todas las noches sueño que todo va bien.
Escotadura supraesternal
1 comentario:
me acabo de hacer fan tuya, de por vida....delicioso relato, escrito con una exquisitez, que hace que algo se te remueva por dentro
gracias ruben, un placer leerte
mari de granada
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