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martes, mayo 19, 2009

NO VOLVER A HACERLO

Hablaba de literatura con un escritor que no era su rival. El otro no publicaba o lo hacía marginalmente, sólo escribía por el vicio de escribir y no se presentaba como escritor, de hecho algo de vergüenza había en su actitud hacia esa palabra, como si supiera que ser escritor no es algo bueno, que no es prestigioso ni bonito.
El que sí había sido publicado hablaba de la razón que lleva a escribir y de lo bueno que es escribir y de lo malo que es escribir. Quería llegar a otro lugar a otra cosa, pero no era capaz de decirlo. El aficionado dijo: piensas en cómo dejar de escribir. Sí, pienso en cómo no escribir, pero incluso la forma de no escribir es una forma de escribir, es una historia que me cuento a mí mismo de mí mismo dejando de escribir.
Es una novela en la que yo peleo contra mí mismo y gano y dejo de escribir. Pero ya sabes que el final de una novela no es más que el principio de otra, el principio de la vida misma, porque cuando se deja de actuar como en una novela es cuando se puede actuar como en la realidad misma.
Pedro Salinas se mostraba a la vez triste y contento por no escribir. Y por no leer. Por no hacer nada. Pero creo que no podía dejar de pensar. Y de escribir. Porque todo esto lo dice en cartas que enviaba a Jorge Guillén. Ya sabes que el que lo hizo fue Gil de Biedma, pero primero mató a su propio personaje, a su poeta. Y luego se calló. Aunque no podemos asegurar que no siguiera, en su despacho, pensando en poemas que no se permitía escribir, como otros pensamos en las mujeres a las que no nos permitimos amar, o en el dinero que no nos permitimos robar.
Sería bueno, otra vez hablaba el publicado, dejar de hacerlo. No pensar en hacerlo. No ver el reto. Y no sentirte bien al hacerlo, cuando terminas de hacerlo. Se parece demasiado al sexo, a la conquista, a la posibilidad de llegar a una mujer y convencerla y domarla. Aunque ya sé que no es más que masturbación pura y dura.
La masturbación es buena. Lo dices porque eres un pajillero. Claro. Y porque otros pajilleros también lo dicen.
Y la conversación varió en un catálogo de perversiones sexuales y literarias que no es necesario contar, porque todos sabemos cuáles son, cómo son, que no llevan a nada.

Jaime Gil de Biedma

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