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jueves, mayo 07, 2009

DESIRE (DISAIER)

No podemos evitar el deseo. Lo sabemos. Todo lo sabemos. Hasta ella lo sabe. Ese es su problema. El deseo. Y que conoce el deseo. Y que se le atraganta el deseo porque no puede conseguirlo ni aplacarlo. Porque la realidad no hace cierto el deseo.
Y a veces nos gusta quemarnos en ese deseo, aguantarlo hasta que nos quema y rozarnos es puro fuego de deseo, es puro calor en la yema de los dedos que se va deshaciendo de deseo que se va haciendo líquida, como el resto del cuerpo. Y es ese líquido, el futuro, el que prevemos, el que nos ahoga, lentamente. Nos ahoga el deseo.
No hay secretos. Ni obsesiones. No hay nada. Nada que el deseo no pueda, que el deseo no derrumbe, ¿mi corazón? No lo sé. El deseo acabo con él. Lo hizo ceniza. Lo derrumbó. Tú lo viste, estabas allí, viste cómo ardía, como quemaba mi pecho cuando tú lo tocabas.
Sé que no lo compartes. Sé que tú no recuerdas a Dios como yo lo hago, cuando yo lo hago, cuando yo pienso en Dios y me acuerdo de Dios sin querer. Cuando te cruzan por la calle y lo notas y miramos y pensamos Dios, Dios. Y casi parece que estamos en la cruz. Sin secretos. Ni obsesiones. Desnudos. Dios mío por qué me has abandonado. Por qué dejas que el deseo me cruja, me queme, me ahogue.
Pero no es Dios, no eres tú. Es todo. El deseo. Ese deseo que me saca la lengua de los ojos. Y la lengua de la boca. Y grito. Y hablo. Y te digo cosas que no quiero decirte o cosas que quiero decirte y no me atrevo o no sé decir. ¿Me escuchas? No, gracias a Dios no. Ese es el deseo. Al otro lado de la realidad. Por encima de ella y de su certeza y sus cosas de madera o tierra o hierro.
Ese es el deseo. Eres tú. Es ella. Es todo. Quemadura. Ardor. Agua. Ahogo. La lengua de los ojos. La selección natural. Mi mente contra mi cuerpo. Dios y la cruz y el dolor, y el placer y aguantarse un poco o reprimirse del todo y esperar tu momento, mi momento, nuestro momento. Esperar. Deseo. Calor. Líquido. Esperemos un poco todavía.

Deseo y más

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