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domingo, junio 28, 2009

LA PREGUNTA

No era de esas preguntas directas que se pueden contestar con un sí o un no. Era mucho más difícil, mucho más complicado, más enrevesado. Tampoco era de esas preguntas retóricas, esas preguntas vacías que se hacen más por cortesía que por real deseo o necesidad de conocer algo a alguien, esas preguntas que pueden incluso no contestarse, que con un gesto vale.
Tampoco era de esas preguntas a mala leche que se pueden contestar con otra pregunta, una pregunta a cuchillo, ¿quieres el divorcio? ¿quieres tú el divorcio? Ni mucho menos era una pregunta sin respuesta. Otra cosa era qué respuesta podía dársele. Tampoco, gracias a Dios, era una pregunta trampa, una pregunta que podría traer problemas, una pregunta de esas que contestes lo que contestes estás perdido, estás jodido.
Era una pregunta tan interesante. Tan valiosa. Tan larga de decir y contestar y pensar que era un puro placer que la hubiera hecho, que hubiera que contestarla. El problema real era el medio. Era una pregunta para una conversación cara a cara, para mirarse y pensarla según se va dando la respuesta, para pensarla en compañía con la ayuda del interlocutor y de sus reacciones y sus respuestas y sus nuevas preguntas.
Era una pregunta fácil y agradecida, pero no sabía cómo contestarla. Con los viejos medios, con una carta, hubiera podido narrar todo lo necesario. Pero ya no había cartas, no había posibilidad de conversaciones, sólo había esos procesos electrónicos, unos y ceros finalmente, que sin ser inútiles o fríos no permitían ir más allá.
Y así, la respuesta quedaría siempre un poco fallida, un poco torcida, un poco insuficiente. Y era una pena y una rabia y no podían arreglarlo más que diciendo “podría contarte tantas cosas…”


Hay tanto que podría contarte, Mi Violeta

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