Rubén lleva toda la tarde intentando escribir un poema de amor para Laura. Antes podía escribir varios, muchos, poemas de amor en una tarde. Poemas para María. Ahora, sin embargo, no es capaz de escribir uno para Laura. Sabe que está enamorado de Laura. Pero aún así no puede escribirle un poema de amor.
Se pregunta si no será realmente la falta de hábito, de escribir, la que le hace incapaz de escribir el poema. Tiene una foto de Laura a su lado. La mira repetidamente. Su pelo negro, sus ojos marrones, su sonrisa un poco pícara, su nariz respingona. Antes podría haber escrito un poema a esa nariz. Pero ahora no puede. Mira sus labios. Y escribe sobre su gordura. Pero le queda infantil. Y obsceno.
Piensa en Laura. ¿Le falta algo a Laura de lo que tenía María?¿Siente por ella un amor distinto? El amor con María nunca llegó a nada. Ni siquiera a una declaración. Con Laura lo ha tenido todo. Y es feliz con ella. Pero no puede rellenar unas líneas expresando esa felicidad y el resto de sensaciones que Laura le hace sentir.
Como ya lleva mucho rato intentándolo lo ha dejado. Ha guardado su cuaderno, su pluma y se ha puesto a recoger un poco el despachito donde tiene sus cosas. Lo hace más que nada por moverse y despejarse. Laura pasa por la puerta. Lleva la ropa de estar por casa. Una oleada de deseo le ha venido a Rubén. Pero en lugar de ir tras Laura ha corrido tras el papel. Pero tampoco ha podido escribir nada.
Sabe que no podrá, no al menos hoy, escribir ese poema. Y el por qué le preocupa. “¿Habrá cambiado mi forma de amar? ¿O es que no la quiero?” Ha ido tras Laura. Ella ve la tele con los píes subidos en el sofá en el que se sienta. La mira un poco escondido tras la puerta. Está claro que la ama. Y que también la desea.
Ve los defectos de Laura. Las arrugas pequeñas que le están saliendo en los ojos y en los labios de tanto sonreír. La nariz, respingona, pero con una pequeña cicatriz. Sus pechos pequeños. Su mirada un tanto displicente, un tanto elitista, como de estar lejos de todo, como si todo le diera un poco de asco. Y es así como sabe de su amor por Laura. Por sus defectos. Por la contemplación y el disfrute de esos defectos.
María nunca tuvo defectos. No pasó de ser una idea en su cabeza. Una vez más, con María todo pasó dentro de su cabeza, dentro de la fantasía. Laura es una mujer real. Está allí sentada. Y en cierto modo puede decir que es suya.
Rubén no puede escribir un poema para Laura, pero sale al salón y se sienta a su lado y le roza un poco el hombro. Ella apoya su cabeza en él. “Este es el poema” piensa Rubén. Pero no se ha quedado muy convencido de sus propias palabras.
Se pregunta si no será realmente la falta de hábito, de escribir, la que le hace incapaz de escribir el poema. Tiene una foto de Laura a su lado. La mira repetidamente. Su pelo negro, sus ojos marrones, su sonrisa un poco pícara, su nariz respingona. Antes podría haber escrito un poema a esa nariz. Pero ahora no puede. Mira sus labios. Y escribe sobre su gordura. Pero le queda infantil. Y obsceno.
Piensa en Laura. ¿Le falta algo a Laura de lo que tenía María?¿Siente por ella un amor distinto? El amor con María nunca llegó a nada. Ni siquiera a una declaración. Con Laura lo ha tenido todo. Y es feliz con ella. Pero no puede rellenar unas líneas expresando esa felicidad y el resto de sensaciones que Laura le hace sentir.
Como ya lleva mucho rato intentándolo lo ha dejado. Ha guardado su cuaderno, su pluma y se ha puesto a recoger un poco el despachito donde tiene sus cosas. Lo hace más que nada por moverse y despejarse. Laura pasa por la puerta. Lleva la ropa de estar por casa. Una oleada de deseo le ha venido a Rubén. Pero en lugar de ir tras Laura ha corrido tras el papel. Pero tampoco ha podido escribir nada.
Sabe que no podrá, no al menos hoy, escribir ese poema. Y el por qué le preocupa. “¿Habrá cambiado mi forma de amar? ¿O es que no la quiero?” Ha ido tras Laura. Ella ve la tele con los píes subidos en el sofá en el que se sienta. La mira un poco escondido tras la puerta. Está claro que la ama. Y que también la desea.
Ve los defectos de Laura. Las arrugas pequeñas que le están saliendo en los ojos y en los labios de tanto sonreír. La nariz, respingona, pero con una pequeña cicatriz. Sus pechos pequeños. Su mirada un tanto displicente, un tanto elitista, como de estar lejos de todo, como si todo le diera un poco de asco. Y es así como sabe de su amor por Laura. Por sus defectos. Por la contemplación y el disfrute de esos defectos.
María nunca tuvo defectos. No pasó de ser una idea en su cabeza. Una vez más, con María todo pasó dentro de su cabeza, dentro de la fantasía. Laura es una mujer real. Está allí sentada. Y en cierto modo puede decir que es suya.
Rubén no puede escribir un poema para Laura, pero sale al salón y se sienta a su lado y le roza un poco el hombro. Ella apoya su cabeza en él. “Este es el poema” piensa Rubén. Pero no se ha quedado muy convencido de sus propias palabras.
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