Al doctor Zoilo le ha dado por fumar. Esto no sería grave si fumara tabaco. (¿Tabaco? ¿Tabaco?) pero resulta que no fuma tabaco, resulta que fuma otra sustancia más prohibida, más olorosa y que también se fuma. Fuma porros.
Pero lo malo no es eso, ni el hambre que le entra de repente. Lo malo, sin duda, es que se le están olvidando las cosas. Esos porros que se fuma le están provocando amnesia. No sé a quién se los estará pillando ni nada, pero desde luego eso no es bueno.
Hace poco olvidó un paciente en la consulta y le tuvo desnudo y apoyado en la camilla esperando un tacto rectal durante tres horas. El tío acumuló tanta tensión que al final tenía agujetas en los carrillos del culo.
También se le olvida donde aparca. La última vez tuvimos que esperar a que se fueran todos los coches para poder encontrar el nuestro. Lo malo fue que también olvidó donde había puesto las llaves y tuvimos que volver en autobús. Al día siguiente recogimos las llaves, pero volvió a olvidar donde aparcó el coche. Volvimos a esperar que se fueran todos. Pero no llegamos a casa. Olvidó el camino. Al final vendió el coche aprovechando que fuimos a dar a la ciudad el automóvil. Volvimos en autobús otra vez.
Pero lo peor de todo es que se ha olvidado de mi cumpleaños y que no me ha regalado nada, ni me ha felicitado ni nada. Yo le he dado dos patadas y me ha preguntado, tío, qué te pasa, quién eres. Y le he perdonado. Al final le he invitado a una tarta. De chocolate, claro.
Pero lo malo no es eso, ni el hambre que le entra de repente. Lo malo, sin duda, es que se le están olvidando las cosas. Esos porros que se fuma le están provocando amnesia. No sé a quién se los estará pillando ni nada, pero desde luego eso no es bueno.
Hace poco olvidó un paciente en la consulta y le tuvo desnudo y apoyado en la camilla esperando un tacto rectal durante tres horas. El tío acumuló tanta tensión que al final tenía agujetas en los carrillos del culo.
También se le olvida donde aparca. La última vez tuvimos que esperar a que se fueran todos los coches para poder encontrar el nuestro. Lo malo fue que también olvidó donde había puesto las llaves y tuvimos que volver en autobús. Al día siguiente recogimos las llaves, pero volvió a olvidar donde aparcó el coche. Volvimos a esperar que se fueran todos. Pero no llegamos a casa. Olvidó el camino. Al final vendió el coche aprovechando que fuimos a dar a la ciudad el automóvil. Volvimos en autobús otra vez.
Pero lo peor de todo es que se ha olvidado de mi cumpleaños y que no me ha regalado nada, ni me ha felicitado ni nada. Yo le he dado dos patadas y me ha preguntado, tío, qué te pasa, quién eres. Y le he perdonado. Al final le he invitado a una tarta. De chocolate, claro.
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