La sala es grande y amplía. Un ruido casi constante de teléfonos sonando acompaña la jornada de trabajo. A veces, por la zona de la entrada, entrada donde no hay puerta sino un gran arco, entra algún curioso, algún despistado, algún solicitante o algún compañero que viene a cambiar unas palabras a pedir compañía en la excursión al bar, al descanso.
En la sala, aparte de Laura Aparicio Fernández, trabajan Clara, Ana, Lucía y Héctor. No con todos tiene Laura la misma amistad, la misma relación, las mismas ganas de cambiar palabras, información, gestos. Ana es la amiga de Laura. Y Laura es la amiga de Ana. Juntas hacen el descanso. Juntas salen de la oficina y hacen la compra y toman, alguna vez, una copa por ahí.
Ana es soltera. Es rubia y tiene el pelo rizado. Unos ojos azules son lo más destacado de su cara. Brillan con la luz del sol y destacan en las zonas oscuras. El resto de su cuerpo no es muy destacable. Un cuerpo más o menos normal que trata de domar con sesiones y sesiones de gimnasio. A veces lo consigue. A veces no. Todo depende de quién y cómo la quiera.
Laura y los demás trabajan en diversas labores de administración. Tienen a su cargo números de cuenta, teléfonos, prioridades, presupuestos, registros, peticiones, excelentísimos, y otras cosas y fórmulas que habitualmente se usan en esos negociados.
A Laura le gusta su trabajo y le gusta trabajar con Lucía, Clara, Ana y Héctor. Sobre todo con Ana. Lo pasan bien. Saben reírse de lo mismo. Ana es quien escucha a Laura. Y Laura es quien escucha a Ana. Ambas se apoyan mutuamente, se aguantan la una en la otra.
Ana y Laura hablan mucho últimamente de Laura. Habla de Rubén. Pero habla de más cosas. De más gente. Menciona nombres que a veces Ana ha de volver a preguntar porque no recuerda quién es, qué relación tiene con Laura, con Rubén.
Laura habla mucho de sus cosas. Y sabe que no debería hacerlo, que debería callarse, que hay cosas que es mejor no decir, pero no puede callar y cuenta y cuenta cosas a Ana, cosas que no tienen importancia ni sentido, cosas, que tal vez juntas sí puedan decir alguna cosa.
En la sala, aparte de Laura Aparicio Fernández, trabajan Clara, Ana, Lucía y Héctor. No con todos tiene Laura la misma amistad, la misma relación, las mismas ganas de cambiar palabras, información, gestos. Ana es la amiga de Laura. Y Laura es la amiga de Ana. Juntas hacen el descanso. Juntas salen de la oficina y hacen la compra y toman, alguna vez, una copa por ahí.
Ana es soltera. Es rubia y tiene el pelo rizado. Unos ojos azules son lo más destacado de su cara. Brillan con la luz del sol y destacan en las zonas oscuras. El resto de su cuerpo no es muy destacable. Un cuerpo más o menos normal que trata de domar con sesiones y sesiones de gimnasio. A veces lo consigue. A veces no. Todo depende de quién y cómo la quiera.
Laura y los demás trabajan en diversas labores de administración. Tienen a su cargo números de cuenta, teléfonos, prioridades, presupuestos, registros, peticiones, excelentísimos, y otras cosas y fórmulas que habitualmente se usan en esos negociados.
A Laura le gusta su trabajo y le gusta trabajar con Lucía, Clara, Ana y Héctor. Sobre todo con Ana. Lo pasan bien. Saben reírse de lo mismo. Ana es quien escucha a Laura. Y Laura es quien escucha a Ana. Ambas se apoyan mutuamente, se aguantan la una en la otra.
Ana y Laura hablan mucho últimamente de Laura. Habla de Rubén. Pero habla de más cosas. De más gente. Menciona nombres que a veces Ana ha de volver a preguntar porque no recuerda quién es, qué relación tiene con Laura, con Rubén.
Laura habla mucho de sus cosas. Y sabe que no debería hacerlo, que debería callarse, que hay cosas que es mejor no decir, pero no puede callar y cuenta y cuenta cosas a Ana, cosas que no tienen importancia ni sentido, cosas, que tal vez juntas sí puedan decir alguna cosa.
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