Muchas tardes Rubén y Mateo salen a correr. Mateo es alto y moreno de piel, el pelo lo ha ido perdiendo poco a poco hasta ser prácticamente un residuo en los laterales de su cabeza. Ha corrido mucho Mateo, él fue el que invitó a Rubén a correr. Y juntos corren y corren por las tardes.
Llevan zapatillas blandas, pantalones holgados (no son de esos corredores que precisan que la ropa les ajuste y no les moleste), camisetas de fibra. Llevan cronómetros y pulsómetros y se cuentan las pulsaciones y los tiempos y los metros que van haciendo con una metodología y un cuidado que no extraña a quien los conoce.
Mateo es como Rubén profesor. Pero es mayor que Rubén. Ambos pueden hablar de su profesión, de fútbol, de literatura, de la vida. Gastan muchas de sus conversaciones en naderías. Otros días no hablan. Pueden permitirse el lujo de estar juntos mucho rato sin hablar.
Mateo dice: “No hay nadie que no tenga miedo. No hay valientes. Gente que no tema. Sólo hay gente que se aguanta el miedo. Los otros son simples locos. El miedo es necesario. Te frena. Te resguarda. No te preocupes por tener miedo. El miedo no se pasa nunca. Yo aún tengo miedo. Mucho miedo. Y tú, que eres más joven, es normal que tengas miedo. Incluso como tú dices, miedo indefinido, el miedo a que pasará algo. Pero no te creas que era pitoniso ni nada de eso, que vas por ahí adivinando el futuro, presintiendo el mal por venir. Eso le pasa a mucha gente. Hay estudios de psicólogos que lo dicen. Así que no preocupes por lo que vendrá, sea lo que sea, será. Y no te preocupes si le tienes miedo, sólo tienes que aguantártelo, fingir un poco que no lo tienes, y así puede que hasta desaparezca”
Mateo y Rubén corren muchas tardes y casi nunca hablan de nada. O hablan de comida. De fútbol. De sus mujeres. También se enseñan el uno al otro. No pueden olvidar su tono de profesores, su costumbre de estar todo el tiempo enseñando algo que ellos y sólo ellos creen importante, a los demás.
Llevan zapatillas blandas, pantalones holgados (no son de esos corredores que precisan que la ropa les ajuste y no les moleste), camisetas de fibra. Llevan cronómetros y pulsómetros y se cuentan las pulsaciones y los tiempos y los metros que van haciendo con una metodología y un cuidado que no extraña a quien los conoce.
Mateo es como Rubén profesor. Pero es mayor que Rubén. Ambos pueden hablar de su profesión, de fútbol, de literatura, de la vida. Gastan muchas de sus conversaciones en naderías. Otros días no hablan. Pueden permitirse el lujo de estar juntos mucho rato sin hablar.
Mateo dice: “No hay nadie que no tenga miedo. No hay valientes. Gente que no tema. Sólo hay gente que se aguanta el miedo. Los otros son simples locos. El miedo es necesario. Te frena. Te resguarda. No te preocupes por tener miedo. El miedo no se pasa nunca. Yo aún tengo miedo. Mucho miedo. Y tú, que eres más joven, es normal que tengas miedo. Incluso como tú dices, miedo indefinido, el miedo a que pasará algo. Pero no te creas que era pitoniso ni nada de eso, que vas por ahí adivinando el futuro, presintiendo el mal por venir. Eso le pasa a mucha gente. Hay estudios de psicólogos que lo dicen. Así que no preocupes por lo que vendrá, sea lo que sea, será. Y no te preocupes si le tienes miedo, sólo tienes que aguantártelo, fingir un poco que no lo tienes, y así puede que hasta desaparezca”
Mateo y Rubén corren muchas tardes y casi nunca hablan de nada. O hablan de comida. De fútbol. De sus mujeres. También se enseñan el uno al otro. No pueden olvidar su tono de profesores, su costumbre de estar todo el tiempo enseñando algo que ellos y sólo ellos creen importante, a los demás.
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