Rubén conduce. Le gusta conducir. Ver pasar las cosas y perderse lejos. Y volver para verlas si hay que volver para verlas. Tiene algo de automatismo que le ayuda a pensar. El ver pasar las rayas de la carretera, accionar la palanca, los pedales, todo de un modo incoherente, sin pensar, sin necesidad de decidir que pedal tocar, que botón. Tiene algo de relajante y Rubén lo aprovecha.
Piensa en la moral. “Es así, claro, mi moral es supraindividual, me sirve a mí, pero no les sirve a los demás. Mi código moral, el que me dicta lo bueno y lo malo, lo que sirve y lo que no, lo que debo o no debo hacer, sólo es mío, porque yo lo he construido para mí y basándome en mis enseñanzas. Y esas mismas enseñanzas, o aprendizajes no sé muy bien cómo llamarlas, me dicen que no puede imponerse a nadie un código moral. Por eso es supraindividual, por eso sirve solamente para mí y no puede servir para nadie más, porque a mí me da igual que sirva o no para nadie, me vale que me sirva para mí, que me lleve a dónde yo quiero ir.
¿Pero eso vale para mi moral o para todas? ¿Y si moral en lugar de ser recta fuera torcida? ¿Y si me indicara que matar es bueno, o robar, o la violación? ¿Puede así ser una moral individual, única, personal? ¿Habría así bien o mal? ¿O todo sería depende?
Claro, ha de haber una moral colectiva, dictada por las leyes y las costumbres y hasta por la religión. Y esa fundamenta todas las demás. Las individuales. O las colectivas, porque admito que pese a que la mía sólo me sirve a mí puede haber una que sirva a todos, a muchos al menos. La misma religión.
Y cada uno así se hace su moral. O acepta la del grupo si no quiere o no puede hacerse la propia. Me gusta. Me gusta la idea. No sé si me estoy equivocando. Si estoy razonando hacia mí mismo, dándome la razón. Pero mi moral vale para mí. Mis actos han de ser juzgados por mí. Y luego por los demás. Y si mi código es correcto conmigo, lo que los demás opinen da igual.
Por eso mismo con esta moral no se pueden juzgar los actos de los demás, sólo los propios, sólo estos pueden ser medidos, ser buenos o malos, y no existe no la opinión, sino la categorización sobre el resto de actos. Porque en todo habrá siempre un punto de vista. Ahí lo tenemos de nuevo, siempre el punto de vista, siempre matizando cualquier visión, cualquier idea.
¿Y Laura? Mi moral es supraindividual, ¿pero le sirve a Laura? Ella no es yo, pero está muy cerca de mí, es lo más cercano, ¿le sirve? ¿Le puedo aplicar mi moral? ¿Y Laura?”
Rubén no ha llegado aún, pero ha dejado ahí el pensamiento. Su cabeza ha cambiado de idea. A veces pasa, le pasa, que cuidando de una idea salta a otra sin darse cuenta, sin pensar. Más cuando va conduciendo.
Piensa en la moral. “Es así, claro, mi moral es supraindividual, me sirve a mí, pero no les sirve a los demás. Mi código moral, el que me dicta lo bueno y lo malo, lo que sirve y lo que no, lo que debo o no debo hacer, sólo es mío, porque yo lo he construido para mí y basándome en mis enseñanzas. Y esas mismas enseñanzas, o aprendizajes no sé muy bien cómo llamarlas, me dicen que no puede imponerse a nadie un código moral. Por eso es supraindividual, por eso sirve solamente para mí y no puede servir para nadie más, porque a mí me da igual que sirva o no para nadie, me vale que me sirva para mí, que me lleve a dónde yo quiero ir.
¿Pero eso vale para mi moral o para todas? ¿Y si moral en lugar de ser recta fuera torcida? ¿Y si me indicara que matar es bueno, o robar, o la violación? ¿Puede así ser una moral individual, única, personal? ¿Habría así bien o mal? ¿O todo sería depende?
Claro, ha de haber una moral colectiva, dictada por las leyes y las costumbres y hasta por la religión. Y esa fundamenta todas las demás. Las individuales. O las colectivas, porque admito que pese a que la mía sólo me sirve a mí puede haber una que sirva a todos, a muchos al menos. La misma religión.
Y cada uno así se hace su moral. O acepta la del grupo si no quiere o no puede hacerse la propia. Me gusta. Me gusta la idea. No sé si me estoy equivocando. Si estoy razonando hacia mí mismo, dándome la razón. Pero mi moral vale para mí. Mis actos han de ser juzgados por mí. Y luego por los demás. Y si mi código es correcto conmigo, lo que los demás opinen da igual.
Por eso mismo con esta moral no se pueden juzgar los actos de los demás, sólo los propios, sólo estos pueden ser medidos, ser buenos o malos, y no existe no la opinión, sino la categorización sobre el resto de actos. Porque en todo habrá siempre un punto de vista. Ahí lo tenemos de nuevo, siempre el punto de vista, siempre matizando cualquier visión, cualquier idea.
¿Y Laura? Mi moral es supraindividual, ¿pero le sirve a Laura? Ella no es yo, pero está muy cerca de mí, es lo más cercano, ¿le sirve? ¿Le puedo aplicar mi moral? ¿Y Laura?”
Rubén no ha llegado aún, pero ha dejado ahí el pensamiento. Su cabeza ha cambiado de idea. A veces pasa, le pasa, que cuidando de una idea salta a otra sin darse cuenta, sin pensar. Más cuando va conduciendo.
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