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jueves, septiembre 11, 2014

EL TEATRO REAL UN POCO MENOS ARRIESGADO


El arte tiene siempre un componente de riesgo. Y por qué no decirlo de provocación. Llevar al espectador al límite de su comprensión y hasta de su paciencia para conseguir que se abra a nuevas experiencias, a nuevas realidades es algo con lo que el arte juega (o quiere jugar, a veces es sólo pretensión lo que consigue).

En la música ese límite ha sido puesto en cuestión muchas veces, por la música sinfónica, por la ópera, por el ballet o por el dodecafonismo. Stravinsky y La consagración de la primavera provocaron un enorme motín en el público que asistía a su estreno. Y lo mismo sucedió con Schoenberg y su dodecafonismo.

En los últimos años la programación del Teatro Real de Madrid había sido arriesgada, con obras que ponían a prueba a los abonados. Eso motivó un descenso en los abonos del teatro y la desafección por parte del público, acostumbrado a un repertorio más conservador.

Tras la muerte del consejero artístico del teatro Gerard Mortier y su sustitución por Joan Matabosch el catálogo de obras para la nueva temporada se ha hecho más clásico, más conservador, lo que ha motivado casi dos mil abonados más.

Entre la frontera del arte y el negocio, el teatro se ha movido más hacia el negocio, atrayendo a más abonados, pero ofreciendo una música no de menos calidad, pero sí de menos riesgo, una música que busca más la complacencia, que el estímulo de ver lo nuevo, de comprobar cómo evoluciona el mundo de la música y sus tendencias nuevas.

La convivencia entre arte y negocio siempre es compleja, pero en una institución pública, que lucha por el mantenimiento y la popularización máxima del arte, el arte debería prevalecer. Y con el arte un riesgo mayor, aún a costa de perder algún abonado.



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