Ana miraba a Laura. La veía tan distinta, como si estuviera creciendo, siendo más de lo que era. A Ana le gustaba Rubén. Es una de esas cosas que no pueden confesarse. Que casi hay que callarse a uno mismo. Y no entendía cómo era posible que Laura, ahora que olvidaba, pues era evidente que le olvidaba, a Rubén estuviera mejorando tanto. Estuviera más guapa, más feliz, hasta más alta.
Ana no quería saber, pero sabía. Hubiese preferido mantenerse en el desconocimiento, en la ignorancia, pero sabía muy bien que Laura estaba enamorada de Luis. Y que por tanto había olvidado a Rubén. Sin embargo, seguía viviendo con él, durmiendo con él, hablando con él.
Ana no sabía que realmente Laura hacía mucho que se había independizado de Rubén. Que casi no vivía con él, que se tumbaban en la misma cama, pero muy lejos, que no dormían a la vez, que no hablaban nunca de nada.
Ana lo sabía cómo Laura lo sabía. Y Laura estaba contenta de saberlo. De ver que podía amar a alguien. A veces pensaba en Rubén, en cómo había querido a Rubén, en la vida que habían llevado juntos, lo feliz que él había conseguido hacerla. Y sentía remordimientos. Entonces le buscaba por la casa y le encontraba casi siempre durmiendo en el sofá.
Le miraba un rato y pensaba si no estaría enfermo, si no le estaría pasando algo, si no era muy raro que durmiera tanto en el sofá. A veces le echaba una manta por encima y le daba un beso. Le tocaba en la mejilla. Tocaba así los besos que le había dado antes. Y ese recuerdo de los besos le ponía una sonrisa en la boca. Aquel hombre era bueno. Había hecho tanto bien por ella.
Pero sabía que ya no le quería. Y le dejaba bajo su manta. Y se iba con Luis. A pensar en Luis o a llamar a Luis y salir a pasear con Luis. A sonreír. Que era lo que Luis le hacía. La hacía sonreír.
Rubén despertaba y no se extrañaba de que Laura no estuviese, simplemente buscaba su radio, la encendía y leía, corregía, trabajaba en lo que fuera. Hacía la cena. La esperaba. Cenaban o no juntos. Veía algo por la tele. Seguía leyendo.
Laura sabía que hacía todo eso. No sabía que por dentro Rubén iba poco a poco sabiendo, como ella ya sabía.
Ana no quería saber, pero sabía. Hubiese preferido mantenerse en el desconocimiento, en la ignorancia, pero sabía muy bien que Laura estaba enamorada de Luis. Y que por tanto había olvidado a Rubén. Sin embargo, seguía viviendo con él, durmiendo con él, hablando con él.
Ana no sabía que realmente Laura hacía mucho que se había independizado de Rubén. Que casi no vivía con él, que se tumbaban en la misma cama, pero muy lejos, que no dormían a la vez, que no hablaban nunca de nada.
Ana lo sabía cómo Laura lo sabía. Y Laura estaba contenta de saberlo. De ver que podía amar a alguien. A veces pensaba en Rubén, en cómo había querido a Rubén, en la vida que habían llevado juntos, lo feliz que él había conseguido hacerla. Y sentía remordimientos. Entonces le buscaba por la casa y le encontraba casi siempre durmiendo en el sofá.
Le miraba un rato y pensaba si no estaría enfermo, si no le estaría pasando algo, si no era muy raro que durmiera tanto en el sofá. A veces le echaba una manta por encima y le daba un beso. Le tocaba en la mejilla. Tocaba así los besos que le había dado antes. Y ese recuerdo de los besos le ponía una sonrisa en la boca. Aquel hombre era bueno. Había hecho tanto bien por ella.
Pero sabía que ya no le quería. Y le dejaba bajo su manta. Y se iba con Luis. A pensar en Luis o a llamar a Luis y salir a pasear con Luis. A sonreír. Que era lo que Luis le hacía. La hacía sonreír.
Rubén despertaba y no se extrañaba de que Laura no estuviese, simplemente buscaba su radio, la encendía y leía, corregía, trabajaba en lo que fuera. Hacía la cena. La esperaba. Cenaban o no juntos. Veía algo por la tele. Seguía leyendo.
Laura sabía que hacía todo eso. No sabía que por dentro Rubén iba poco a poco sabiendo, como ella ya sabía.
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