Llega el otro día mi amiga Rocío y se pone a contar chistes. Los chistes son malos, no lo voy a negar, pero a mí me hicieron gracia. Porque mucho de los chistes depende más del momento y de la gente que te acompaña que del chiste en sí.
Aún me recuerdo llorando cuando Felipe me contó el chiste del almohadón poroso. Va un hombre al médico y le dice, doctor, cuando duermo sudo una barbaridad, y le contesta el médico, usted lo que necesita es un almohadón poroso. Y el paciente dice, y usted otro por hijo de puta.
Lloré de risa más de media hora por este chiste. No lloré de risa con los de mi amiga, pero también porque me he vuelto un poco digno y ya casi no lloro de risa. Ni de pena. Pero esa es otra historia.
El caso es que me ha contado varios chistes buenísimos, pero como yo soy muy malo contándolos no los voy a contar. El que quiera saberlos que se lo pida a ella que tiene mucha más gracia.
Pero, claro, hay un problema, porque siempre hay un problema, no como los de mi profesor de filosofía que tenía problemas rarísimos, como que un tío se le meara en el radiador de casa. No. Un problema de verdad. Es que a ella le hacen más gracia los chistes que a los demás y se parte antes de contarlos. Con lo cual yo no me entero bien del chiste y pienso que es más gracioso de lo que a mí me parece o que soy un poco tonto. Total que ella se lo pasa pipa y los demás no. O que soy tonto. No sé.
Aún me recuerdo llorando cuando Felipe me contó el chiste del almohadón poroso. Va un hombre al médico y le dice, doctor, cuando duermo sudo una barbaridad, y le contesta el médico, usted lo que necesita es un almohadón poroso. Y el paciente dice, y usted otro por hijo de puta.
Lloré de risa más de media hora por este chiste. No lloré de risa con los de mi amiga, pero también porque me he vuelto un poco digno y ya casi no lloro de risa. Ni de pena. Pero esa es otra historia.
El caso es que me ha contado varios chistes buenísimos, pero como yo soy muy malo contándolos no los voy a contar. El que quiera saberlos que se lo pida a ella que tiene mucha más gracia.
Pero, claro, hay un problema, porque siempre hay un problema, no como los de mi profesor de filosofía que tenía problemas rarísimos, como que un tío se le meara en el radiador de casa. No. Un problema de verdad. Es que a ella le hacen más gracia los chistes que a los demás y se parte antes de contarlos. Con lo cual yo no me entero bien del chiste y pienso que es más gracioso de lo que a mí me parece o que soy un poco tonto. Total que ella se lo pasa pipa y los demás no. O que soy tonto. No sé.
Muerto de risa
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