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sábado, abril 04, 2009

SOBRERO

A veces tenía la sensación de que le sobraban partes del cuerpo. Casi siempre eran los brazos y las manos. No sabía bien qué hacer con esas prolongaciones tan largas de su cuerpo, con esas extremidades tan largas. Los cruzaba, las metía en el bolsillo, se las enlazaba en la espalda. También al dormir. O durante el sexo.
Otras veces eran las piernas lo que le sobraba. O la cintura. Los pulmones. Los oídos (cuánta tontería había que oír). La boca, por supuesto, y sus errores, sus enormes errores. Su nariz.
Muchas veces sobraba él por completo. Su cuerpo entero sobraba y era inútil. Sólo con que su espíritu, su alma o lo que fuera, hubiera estado allí hubiera valido. Otras veces sobraba él. Su presencia. Era superflua. Innecesaria. Incluso un estorbo.
Era un obstáculo para los demás. Para todo. No les valía para lo necesario. Pero además les molestaba para eso y para lo demás. Había, por tanto, desarrollado un gran complejo de culpa. Y no sólo eso. Unas ganas tremendas de estar siempre huyendo. De no permanecer. De no querer dejar poso. De no molestar. De no amar ni ser amado.

Sustitutos imperfectos de lo que no está o no debería estar

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