Publicidad

viernes, abril 10, 2009

BREVE HISTORIA DEL CORAZÓN, nueve

Homosexual y conservador era una mezcla muy extraña. Se entregaba a aquellos que negaban su existencia que le consideraban anormal, fuera de lugar, antinatural. Bebía demasiado últimamente. Salía demasiado. Follaba demasiado poco. La vida se le estaba poniendo dura. El corazón se le estaba poniendo duro. Tenía que dejar de negarse a sí mismo.
Cuando acabó, cuando se acabó la noche con la hermosa mujer, el hombre, frío y duro, se marchó a casa. Vivía solo. Dormía solo. Comía solo. Hablaba, pocas veces, solo.
Era un hombre solitario. No porque no pudiera o no supiera estar con la gente. No quería estar con la gente. Estar con ellos implicaba quererlos, imbricarse en sus vidas, interesarse por ellas, doblar por tres, por cuatro, por quince su vida. Prefería quedarse a un lado. No molestar a nadie.
Si estaba solo nadie podría quererlo. No haría daño a nadie. Era lo mejor. Ni querer ni que le quisieran. No molestar. Quedarse en un hueco, cómodo y feliz con sus pequeños placeres, con sus cosas pequeñas que nadie podría interrumpir ni arrebatarle.
Aquella mujer había sido una excepción. Nunca había hecho nada así. Y sus sensaciones actuales le decían que no volvería a hacerlo. Por eso se había ido también. Porque mucho rato más en aquella cama, acariciando a aquella mujer podría ser peligroso, podría llegar a amarla.
Era un hombre frío. Áspero. Duro. Pero tenía un corazón enorme y caliente. No era fácil de querer. Pero quería con facilidad. Por eso se alejaba de la gente. Por eso no llamaba a su madre casi nunca. Por eso miraba fríamente a su vecina, a la vecina que siempre le sonreía y a veces le hablaba, con cortesía, como buscando más, amistad, cercanía, algo, en el ascensor.
Se había alejado de todo. Aquella mujer no había podido quererlo. Ninguna mujer había podido quererlo. Pero aquella más que ninguna otra. No había sabido ser lo que ella necesitaba. O no había podido serlo. No había sido lo suficientemente listo, alto, rubio o lo que fuera.
No había podido. Con otras se alejó y espero a que ellas se atrevieran a acercarse a él. Pero nadie se acercaba a él. Su corazón parecía dañino, parecía un bloque de hielo que podría congelar a quien se le acercara. Pero no era así. Y había que estar cerca para verlo. Y ninguna se atrevió a acercarse tanto.
Llegó a casa. Busco un disco. Lo puso bajito. Paseó por la habitación. Pensaba en aquella mujer. En un último acto de ardor había cogido la tarjeta que ella le había dado. No sabía si llamarla, si enviarle un mensaje, si atreverse él también, si arriesgar su integridad, su corazón, su calma.
La mujer que no le había querido estaba embarazada. Ocho meses, a punto de terminar, a punto de dar a luz una nueva vida. Un corazón ya latía en aquel pecho minúsculo que aún estaba dentro de ella. El suyo estaba ahora roto. Pensaba en toda su vida. En todos los hombres que había amado o que tal vez la habían amado. Se pasó por su cabeza aquel hombre frío y áspero. Aquel hombre que no la habría abandonado como había hecho el suyo, tan cercano y amable siempre.


Solo, frío, áspero

No hay comentarios: