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miércoles, abril 29, 2009

HÉROE

Muerto el hombre no murió el héroe, ni su leyenda. Muerto el hombre sólo había muerto el hombre, el marido, el padre, el amigo, el instructor. Muerto el hombre sólo un hombre había muerto, nada más.
El héroe siguió vivo en las conciencias de todos. Siguió vivo en los libros de historia o de historias, en las bocas de sus adoradores. Siguió vivo en los nombres de las calles, en la pequeña historia de las ciudades, en la conciencia de aquellos que habían oído su increíble historia.
Muerto el hombre no murió el asesino, ni su leyenda. Muerto el hombre sólo había muerto un hombre. En el país aquel, el lugar donde sus hazañas habían tenido lugar, seguiría recordándose su leyenda. Sería nombrado cuando se quisiera asustar a los niños, cuando se quisiera citar un malvado, cuando las relaciones con su país fueran menos tensas.
Su ofensa, su heroicidad, era típica. Batalla. Muertos. Sangre. Era simplemente un problema de punto de vista. Para los suyos era un héroe. Un hombre que había matado y había estado a punto de morir por su país, por su causa. Para los otros era un asesino. Un hombre que había matado sin piedad a tantos y tantos.
El hombre, el simple hombre, fue llorado por los suyos. El hombre, el hombre simple, sabía que no era un héroe. Sabía que si algo era, algo de lo que le llamaban, era más un asesino que un valiente. Sabía lo que había hecho y por qué lo había hecho. Pero sabía que podía no haberlo hecho, que podía haber huído, haber renegado, no haber matado.
Nunca quiso hablar de sus historias, de sus hazañas. Sabía que contadas por otros serían míticas, contadas por él serían historias duras, frías, en primera persona donde la gente moría y moría sin piedad. No estaba contento con lo hecho. Pero ya no podía cambiarlo. Sólo asumirlo.
Era un asesino más que otra cosa. Porque un héroe siempre tiene algo de malvado, de asesino, de sádico. Él lo sabía por eso quiso que en su epitafio apareciera la frase “Un héroe es un asesino”.
La frase que apareció fue “Nunca quise ser un héroe, simplemete lo fui”. No podía permitirse que la realidad acabara con la épica, con la historia, con la perfecta imagen de inspiración que emanaba de aquella figura.
Muerto el hombre, hay que reconocerlo, sólo un hombre había muerto.

Héroe, asesino, hombre

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