El hombre que parecía no querer nada tenía a veces la mirada vacía como un animal o un hombre loco. Tenía una mirada vacía, estúpida, de hombre que nada tiene dentro, de hombre sin inteligencia ni palabra ni discernimiento. Sólo lo justo para poder mantenerse en píe o apoyado sobre algo. La mirada vacía como si estuviera muerto.
Otras veces tenía el aspecto de ser un hombre que estaba al margen de las cosas, no por encima o por debajo de ellas, sino fuera de ellas. Como si las cosas, el mundo, fuera realmente lo menos importante para él. Una pose como de Bogart, que todo ignora, al que nada le importa, pero sin siquiera necesitar un cigarrillo como hubiera seguramente necesitado Bogart.
Toda su vida parecía estar entonces dentro de él, todo lo que sucedía, lo que pasaba estaba en él y lo demás no sucedía o parecía no suceder o al menos no importar. Esa parecía ser su vida cierta y única y verdadera y querida, la que sucedía, sin que nadie la viese ni él la contase o evitase, dentro de él.
Nadie sabía de esa vida, sólo, alguna vez, alguien le dijo, tienes mucha vida interior, y le parecía un poco ridículo porque le sonaba como si fuera una de esas plantas para colocar dentro de las cosas, una planta de interior.
Pero realmente era así. Toda su vida estaba dentro de él. La cierta, que aprehendía por sus sentidos y la guardaba para luego colocarla, estudiarla, aprenderla y archivarla. Y la otra, la que sucedía en su interior, la no sé si inventada o que simplemente transcurría ante su mente como una vida paralela o complementaria a la exterior que todos podía palpar y comprobar.
El hombre que parecía no querer nada realmente no quería nada en muchos casos. Solamente estar. Tranquilo. Quieto. A salvo para su vida propia e interior. O cuando su mirada estaba vacía y seguramente él también estaba vacío. Entonces tampoco quería nada. Todo le sobraba, había llegado a no ser, a no desear, ni pensar, ni casi sentir.
Pero el hombre que parecía no querer nada a veces sí quería cosas. Y parecía lo que era realmente, simplemente un hombre, un hombre más, un hombre que necesita respirar fuerte y beber agua y sudar algunas veces porque el mundo si no podría hacerse frágil y rompérsele en las manos.
A veces quería cosas. Pero su pose, estudiada o no, pretendida o no, no lo traslucía. Y así siempre era el hombre que parecía no querer nada. Lo quisiera o no.
Otras veces tenía el aspecto de ser un hombre que estaba al margen de las cosas, no por encima o por debajo de ellas, sino fuera de ellas. Como si las cosas, el mundo, fuera realmente lo menos importante para él. Una pose como de Bogart, que todo ignora, al que nada le importa, pero sin siquiera necesitar un cigarrillo como hubiera seguramente necesitado Bogart.
Toda su vida parecía estar entonces dentro de él, todo lo que sucedía, lo que pasaba estaba en él y lo demás no sucedía o parecía no suceder o al menos no importar. Esa parecía ser su vida cierta y única y verdadera y querida, la que sucedía, sin que nadie la viese ni él la contase o evitase, dentro de él.
Nadie sabía de esa vida, sólo, alguna vez, alguien le dijo, tienes mucha vida interior, y le parecía un poco ridículo porque le sonaba como si fuera una de esas plantas para colocar dentro de las cosas, una planta de interior.
Pero realmente era así. Toda su vida estaba dentro de él. La cierta, que aprehendía por sus sentidos y la guardaba para luego colocarla, estudiarla, aprenderla y archivarla. Y la otra, la que sucedía en su interior, la no sé si inventada o que simplemente transcurría ante su mente como una vida paralela o complementaria a la exterior que todos podía palpar y comprobar.
El hombre que parecía no querer nada realmente no quería nada en muchos casos. Solamente estar. Tranquilo. Quieto. A salvo para su vida propia e interior. O cuando su mirada estaba vacía y seguramente él también estaba vacío. Entonces tampoco quería nada. Todo le sobraba, había llegado a no ser, a no desear, ni pensar, ni casi sentir.
Pero el hombre que parecía no querer nada a veces sí quería cosas. Y parecía lo que era realmente, simplemente un hombre, un hombre más, un hombre que necesita respirar fuerte y beber agua y sudar algunas veces porque el mundo si no podría hacerse frágil y rompérsele en las manos.
A veces quería cosas. Pero su pose, estudiada o no, pretendida o no, no lo traslucía. Y así siempre era el hombre que parecía no querer nada. Lo quisiera o no.
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