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lunes, marzo 01, 2010

FRANCAMENTE

Aquella mujer me volvía loco. No por nada. No por sus senos turgentes. No por su generoso trasero. No por su cuello. O sus pendientes de perla. No por su nariz alargada. No por su sonrisa. No por su manera de mirarme (bueno, por su manera de mirarme tal vez sí me volviera loco).

Aquella mujer me volvía loco. Pero era por todo lo demás. Porque ella también estaba loca. Porque me decía una cosa y hacía otra. Porque cuando yo iba a la derecha ella se volvía a la izquierda. Y si yo me iba a la izquierda ella se iba a por mí. Porque era contradictoria. Y genial. Así que me volvía loco. Pero de verdad. Tuve que empezar a tomar pastillas. De las chungas. De las que hacen que le tengas que dar tu DNI al farmacéutico.

Un día me desperté y no sé cómo ni por qué pero ya no pensaba en ella. Simplemente me acordaba de mis escalas, de que tenía que ir al banco, de que tenía que tirar la basura, de que tenía que despertar a Felipe antes de las 11 para que fuera a no sé qué doctor raro. De todo. No pensaba en ella.

Me llamó. Fui a verla. Empezó con su trabajo. Llevándome a la izquierda. Y a la derecha. Dándome vueltas. Volviéndome loco. Pero fui capaz de decir la frase que toda mi vida quise decir: francamente, querida, me importa un bledo.

Y me fui de allí dejando la puerta abierta.


Francamente, querida, me importa un bledo

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