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sábado, marzo 20, 2010

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El caminante tiene referencias. Sabe dónde están las cosas. Qué cosas tiene que haber en ese lugar, en ese momento. Sabe que normalmente a la misma hora el mismo obrero dejará su trabajo para ir al bar. Sabe que el autobús pasará siempre a esa hora y deberá cruzar entre los que le esperan. Sabe a qué hora no se puede transitar por una calle porque los niños salen de la escuela y las madres van a buscarlos en el coche y todos los coches se juntan y al paseante se le hace pesado caminar por las aceras invadidas de coches o por las calzadas con amenazantes autobuses. Sabe también por dónde está pasando. Qué pasó ahí. Sabe que allí vive alguien que visitó y alarga el cuello buscando la ventana para ver si hoy está allí y si podría llamar al timbre. Y se traslada a la casa por un momento, la pequeña casa con sus muchos muebles pese al espacio, con todas las cosas juntas. Y ve a la persona en la casa. Sentada en el sillón correspondiente. Descalza. También conoce otras casas el paseante. Por eso evita pasar por las calles cercanas. Nunca sabe con quién puede encontrarse uno. Pero le parece más probable que ella aparezca si se pasea por la puerta de esa casa. Y se imagina la escena y la conversación, sólo paseaba. Y ella no lo creería. No que sólo paseaba por allí. Por eso el paseante evita las calles cercanas a la casa. Y al hacerlo levanta la vista y ve el edificio que evita y recuerda quién habita en él y recuerda todo sobre ella, sus manos, sus labios, sus palabras. Y por un momento se deja llevar por la fantasía y habla con ella, otra vez, una vez más, y se cuentan las cosas otra vez, y él sigue sincero y ella sigue como era. Y los pasos llevarían al paseante a la calle, a la casa, al botón del portal, pero no lo hace, porque despierta un momento y encauza sus pasos al lugar adecuado.


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