Después de todo Laura no ha podido evitar pensar en el pasado, contarse a sí misma la historia de su vida, de su relación con Rubén.
Se conocieron en la biblioteca. Él iba allí buscando información y un lugar tranquilo donde leer, donde curiosear entre libros. Ella estudiaba para ganar su plaza, la que ahora ocupa. Él siempre se sentaba en el mismo sitio, y tenía su ritual propio, primero sacaba los libros, luego la pluma, comprobaba que le quedaba tinta, sacaba un lapicero, después unos cuantos folios, los ordenaba, los hacía coincidir a base de golpecitos, después se ponía música. Luego, al rato, se levantaba y volvía con cuatro o cinco libros, casi siempre distintos y los hojeaba durante horas.
A ella le hacía mucha gracia el ritual siempre igual de ese hombre que se ponía ante ella. Además muchas veces sacaba un cuaderno y se ponía a garabatear.
Un día ella notó que él la miraba, muy fijamente, pero que cuando ella levantaba la vista él desviaba la mirada. Ella se sentaba cada vez en un sitio, pero trataba que siempre fuera en uno desde el que viera a aquel hombre y su ritual. Un día el buscó una excusa para hablarla, se te ha caído un lápiz o algo así.
Pero fue muy antipático y estúpido. Cada vez le hacía más gracia a ella. Era un hombre divertidísimo. Así que empezó a saludarle a diario. Luego se contaron cosas de la vida, estudio oposiciones, soy profesor, pero vengo a leer, el bibliotecario es amigo mío. Fueron juntos a un ciclo de cine. Y luego al teatro.
Las citas fueron un desastre. Él no podía hablar, se atrancaba, se ponía muy nervioso, no se atrevía ni a mirarla a los ojos. Esto a ella le parecía encantador. Luego él cogió confianza y cuando hablaba decía cosas muy interesantes, muy inteligentes. Tal vez un poco vacías vistas ahora con tiempo.
Un día ella le dijo, y ahora qué hacemos, y él contestó, ¿te llevo a casa? Así que la llevó a casa. Al día siguiente él se dio cuenta de lo que ella había querido decir, así que fue él el que dijo, y ahora qué hacemos, y ella dijo, lo que tú quieras, y él dijo, yo sólo quiero besarte y se besaron.
Luego todo fue muy fácil. Rubén era un hombre fácil de llevar. No molestaba. No incordiaba. Era atento, era sincero. No era cariñoso, pero no se le escapaba nada y era divertido e inteligente. Así que se enamoraron. Y se casaron.
Hasta ahora. Laura recuerda todo esto. Y lo ve muy lejano. Como si él y ella fueran personas distintas. Otras de las que fueron en aquellos tiempos.
Se conocieron en la biblioteca. Él iba allí buscando información y un lugar tranquilo donde leer, donde curiosear entre libros. Ella estudiaba para ganar su plaza, la que ahora ocupa. Él siempre se sentaba en el mismo sitio, y tenía su ritual propio, primero sacaba los libros, luego la pluma, comprobaba que le quedaba tinta, sacaba un lapicero, después unos cuantos folios, los ordenaba, los hacía coincidir a base de golpecitos, después se ponía música. Luego, al rato, se levantaba y volvía con cuatro o cinco libros, casi siempre distintos y los hojeaba durante horas.
A ella le hacía mucha gracia el ritual siempre igual de ese hombre que se ponía ante ella. Además muchas veces sacaba un cuaderno y se ponía a garabatear.
Un día ella notó que él la miraba, muy fijamente, pero que cuando ella levantaba la vista él desviaba la mirada. Ella se sentaba cada vez en un sitio, pero trataba que siempre fuera en uno desde el que viera a aquel hombre y su ritual. Un día el buscó una excusa para hablarla, se te ha caído un lápiz o algo así.
Pero fue muy antipático y estúpido. Cada vez le hacía más gracia a ella. Era un hombre divertidísimo. Así que empezó a saludarle a diario. Luego se contaron cosas de la vida, estudio oposiciones, soy profesor, pero vengo a leer, el bibliotecario es amigo mío. Fueron juntos a un ciclo de cine. Y luego al teatro.
Las citas fueron un desastre. Él no podía hablar, se atrancaba, se ponía muy nervioso, no se atrevía ni a mirarla a los ojos. Esto a ella le parecía encantador. Luego él cogió confianza y cuando hablaba decía cosas muy interesantes, muy inteligentes. Tal vez un poco vacías vistas ahora con tiempo.
Un día ella le dijo, y ahora qué hacemos, y él contestó, ¿te llevo a casa? Así que la llevó a casa. Al día siguiente él se dio cuenta de lo que ella había querido decir, así que fue él el que dijo, y ahora qué hacemos, y ella dijo, lo que tú quieras, y él dijo, yo sólo quiero besarte y se besaron.
Luego todo fue muy fácil. Rubén era un hombre fácil de llevar. No molestaba. No incordiaba. Era atento, era sincero. No era cariñoso, pero no se le escapaba nada y era divertido e inteligente. Así que se enamoraron. Y se casaron.
Hasta ahora. Laura recuerda todo esto. Y lo ve muy lejano. Como si él y ella fueran personas distintas. Otras de las que fueron en aquellos tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario