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sábado, marzo 14, 2009

BOCA SECA

“Tienes la boca seca. No me gusta nada besarte cuando tienes la boca seca” me lo repetía siempre, me lo decía después de que sus labios y su lengua hubieran recorrido un ratito, corto, parte de mis dientes, mis labios.
Era porque estaba borracho. Bebía y tenía la boca seca. El whisky tiene esa propiedad en mí. Aún así yo no dejaba de besarla. Ni de beber. A veces se reía al decirlo. Otras lo decía en serio. “Tienes la boca seca. No me beses más.”
No entendía muy bien qué le importaba a ella que tuviera la boca seca si lo importante era besarme, tocar mis labios. También ella estaba borracha cuando lo decía. O enfadada. O las dos cosas. Siempre pensaba que era improbable que a ella le molestara mi sequedad en la boca. Pero no se lo decía. Le mentía en algunas de esas cosas. La quería. Y prefería aguantar un par de cosas antes que perderla.
Cantaba mal las canciones. “¿Qué coño le pasará que ya no sale a bailar?” decía. La frase no era así. “¿Qué coño le pasará que ya no sale a volar?” “Qué inoportuno fue decirte me tengo que mirar” era así. Era mía.
Tenía más defectos. Y yo los veía. Y los ignoraba. Desnuda en la cama sus defectos, más evidentes cuanto estaba más despojada, saltaban a la vista. Y los iba besando con mi boca seca. Eran mis defectos también.
Al final me gustaban más sus defectos que ella misma. Sus pechos imperfectos, más grande el izquierdo, su ceja partida de pequeña, sus caderas anchas. Yo bebía sólo por tener la boca seca y que me dijera que la tenía. Para ver mejor sus defectos.
Me dejó. “No me gusta que me beses con la boca seca” y se fue. El que la besa ahora siempre ha sido un poco baboso. Su boca no debe estar nunca seca. Tal vez no sepa ver sus defectos. Ni amarlos. Ni sus virtudes (se reía, bailaba, miraba muy bien, tenía los ojos preciosos).
No he dejado el whisky. La boca se me sigue secando. Canto yo mal las canciones. La estoy olvidando ¡Asco de vida!

Mi boca, seca

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